Así, de forma espontánea, casual, el Gobierno nos venía a comunicar que seguimos en una situación que, desde el punto de vista legal, supone que “queda restringido el ejercicio de los derechos constitucionales relativos a la libertad y la seguridad personales, la inviolabilidad del domicilio, y la libertad de reunión y de tránsito en el territorio comprendidos en los incisos 9, 11 y 12 del artículo 2 y en el inciso 24, apartado f del mismo artículo de la Constitución Política del Perú”.
Horas después, el diario El Peruano le daba carácter oficial al anuncio a través de la publicación del correspondiente, y, claro, surge la pregunta sobre el silencio y ausencia del presidente de la república, que tantísimo se prodigó en los primeros meses de esta crisis sanitaria convocándonos a diario frente al televisor para tratar de infundir tranquilidad con anuncios de medidas y programas de reactivación, siempre adornados con apelaciones a la unidad y el orgullo patrios, el lavado de manos y la distancia social, para ir transitando de a poquitos hacia la meseta.
En la narrativa diseñada por los estrategas de Palacio había un poco de todo, y el concepto transversal era que este Gobierno, como le hubiera tocado a cualquier otro, recibió un sistema sanitario -un país, por qué no decirlo- en la lona. No les faltaba razón, pero creo que hubiera funcionado mejor endurecer el mensaje y poner a los peruanos frente a su realidad, por cruda que esta sea. Así, los eufemismos se adueñaron de los mensajes fuerza en las comunicaciones del presidente y sus ministros, que nos dibujaron un escenario de islas para describir el caos de décadas en la gestión de hospitales y recursos de la sanidad peruana.
El Gobierno, hay que reconocerlo, viene enfrentando una situación dramática, sin recursos, con un Estado a años luz de lo que debería, porque este fue durante varios años, en épocas muy recientes, un país que crecía a dos dígitos. Las voces desesperadas que llegan a Lima desde el interior dibujan en muchos momentos un panorama desolador que se resume en una palabra tabú en los manuales de comunicación política: colapso, incapacidad para atender a más personas, y eso se sustituye por un discurso oficial que apela al esfuerzo y que llena con anuncios y programas, muchos de los cuales siguen esperando a que la burocracia y la realidad social de este país les permitan hacerse realidad; ¿o es que Martín Vizcarra y el ministro de Educación no sabían, solo por citar un caso emblemático, que las famosas tabletas tardarían meses en llegar a los niños y niñas que aún hoy siguen sin tener acceso al programa de educación remota implementado por el Minedu? De manual sobre lo políticamente correcto: anuncio con bombos y platillos y ya iremos viendo cómo la hacemos.
Un día, el presidente comenzó a faltar a su cita diaria con los peruanos, justo cuando la meseta se hacía más y más extensa y el Gobierno no obtenía respuesta cuando volteaba a preguntar a los expertos sobre el aplanamiento de la curva.
Y así, casi todo lo que ha comunicado este Gobierno, que a base de martillazos, programas de reactivación económica para todos los gustos y golpes directos a la mandíbula del Congreso trató de infundir tranquilidad haciéndonos ver que ya estábamos en la meseta y que la luz al final del túnel estaba aquisito nomás.
Un día, el presidente comenzó a faltar a su cita diaria con los peruanos, justo cuando la meseta se hacía más y más extensa y el Gobierno no obtenía respuesta cuando volteaba a preguntar a los expertos sobre el aplanamiento de la curva. Llegó la renovación del Gabinete, el discurso presidencial de 28 de Julio, pero da la impresión de que estos golpes de efecto, en ocasiones muy útiles para escenificar cambios de rumbo y corregir errores, no parecen recursos muy efectivos contra la expansión del coronavirus… de momento.
Estos días hay ministros adelantando, así, de forma casual, como quien no quiere la cosa, que la cuarta fase de la reactivación económica no va, de momento, a pesar de que su inicio se anunció para este mes de agosto. ¿Será que las cientos de empresas pendientes de ponerse de nuevo a funcionar -dígase las aerolíneas- no merecen al menos una comunicación efectiva y una comparecencia del presidente, con mensajes nítidos, para saber a qué escenario se enfrentan?
Así está la situación. Los expertos en comunicación estratégica van a tener muy buen material para analizar cómo los gobiernos de todo el mundo enfrentaron esta pandemia y emplearon los recursos de la comunicación pública para trasladar mensajes coherentes, útiles y alejados de la crispación. No es fácil, como no lo está siendo entender los caprichos de este coronavirus, pero la realidad es tozuda y aquí, en el Perú, esperamos que alguien diseñe una nueva narrativa: nos dijeron que el país se preparaba para el descenso después de un largo e increíble tránsito por la meseta, y nos hemos encontrado de repente a los pies del Huascarán. ¿Alguien nos puede explicar cómo será la escalada?