Lo cierto es que ese libro se paseaba cada día de casa al colegio y del colegio a casa, y que en el colegio se le daba muy buen uso, porque don Javier tenía la sana costumbre de retarnos en las clases de lengua para ver quién era el primero en encontrar palabras y leer en voz alta sus significados.
Hoy me acordé de aquel diccionario y de otros manuales que he tenido siempre a la mano como herramientas de consulta, porque las buenas costumbres nos suelen acompañar siempre y es difícil renunciar a ellas. En mi caso, además, porque con el tiempo me dio por dedicarme al periodismo, que como bien sabemos es una vocación más que una profesión, y que saca a la luz vicios y virtudes como la terquedad y la curiosidad, imprescindibles para no perder el paso de la actualidad.
En mis primeros años como periodista en la agencia de noticias Europa Press no había demasiado margen para la creatividad y sí mucha presión para redactar teletipos todo el día, siempre ceñidos a un estilo muy particular, sin florituras, sujeto-verbo-complemento, directos al qué, quién, cómo, cuándo y por qué, con párrafos cortos y bien estructurados, nada de insinuar opinión. Pero era necesario consultar de cuando en cuando el manual de estilo de la agencia y estar atentos a cómo lo hacían otros colegas: para eso estaba el de EFE, y cuando ya queríamos permitirnos alguna licencia en la redacción -a mí me tocó más de una crónica política- teníamos a la mano El libro de estilo de El País y de otros diarios. No había otra, aunque siempre andaba por ahí echando humo algún redactor jefe o director para apuntalar un buen texto.
La importancia de mimar las palabras al escribir
El equipo de la agencia sabe que en el cuidado de la reputación de una marca, de una empresa o de una organización, la gestión de los contenidos debe ser excelente.
En este momento no ejerzo como periodista, es transitorio, pero son ya ocho años en la trinchera de las relaciones públicas y la comunicación corporativa y sigo aplicando día a día esas buenas prácticas que aprendí en el colegio y en aquella magnífica redacción. Por mis manos siguen pasando textos para revisión, notas de prensa con información de los clientes que el equipo comparte con los medios de comunicación, comunicados, artículos, publirreportajes…, y el equipo de la agencia sabe que en el cuidado de la reputación de una marca, de una empresa o de una organización, la gestión de los contenidos debe ser excelente.
Por eso soy un dedo y no dejo de repetir que los comunicadores tenemos a la mano herramientas básicas de consulta en materia de ortografía y gramática, como el Diccionario de la lengua española en línea, donde también se alojan el panhispánico de dudas y el de americanismos; o la página de la Fundéu, que a demanda envía a tu correo recomendaciones diarias sobre novedades, actualizaciones y usos de la lengua. Es decir, herramientas que nos permiten evolucionar y crecer.
Ayer me sorprendió la Fundéu con esto que no sabía: “La palabra listículo, traducción del inglés listicle, es un neologismo válido en español para aludir a un tipo de texto periodístico organizado en forma de lista”. Curioso el término, curiosa y provocadora su sonoridad, e interesante esta referencia a un tipo de contenido por el que, he de reconocer, no sentía un aprecio especial, por más que abunda en los medios digitales, esas famosas notas utilitarias que estructuran la información de forma sencilla y ordenada, para hacerla así más digerible. Porque no solo de teletipos vive el hombre.