Europa y Estados Unidos encendieron, a finales de los dosmiles, las alarmas. La crisis económica global del 2008 había alcanzado, entre otros tantos, a la industria de medios. Ello, sumado al avance incontenible de lo digital, de la tecnología y de la lógica rotación de las nuevas audiencias, empezó a carcomer las arcas, la lectoría y el rating.
Por el sur del continente, sin embargo, los medios exudaban felicidad, y sobre todo, balances en azul. De hecho, entre el 2008 y el 2012 los diarios aumentaron su lectoría, aparecieron nuevas cabeceras periodísticas –Depor, Publimetro, etc-, se consolidaron las existentes, y en paralelo, el Grupo El Comercio reafirmaba su posición preponderante.
El 2012 fue considerado un gran año para los medios nacionales. Nunca antes la torta publicitaria, la venta, lectoría y circulación había sido tan grande. Todos aplaudían a rabiar. Constancia de ese año feliz quedó plasmada en el libro Contra todo pronóstico. Prensa peruana rompe las tendencias (Empresa Editora El Comercio, 2012).
Confiados en que la crisis global de los medios se iba a demorar en llegar, los planes para adecuarse a la nueva realidad empezaron a surgir pero con la velocidad de una tortuga. No había apuro, para qué correr.
En Europa los cambios eran más que evidentes. Diarios gratuitos, primero locales y luego globales, periodismo colaborativo, reducción de personal en los grandes medios, surgimiento de cabeceras alternativas con foco en el periodismo informativo, y principalmente, el recambio generacional de la audiencia – nativos digitales, participativos, ecoamigables y sostenibles- modificaron la forma de consumir noticias. Acá seguíamos adorando al papel.
En Estados Unidos, la crisis post recesión del 2008 vio caer a centenarios diarios. Cabeceras importantes y señeras como The Washington Post, The New York Times, Los Angeles Times, The Boston Globe, vieron tambalear sus estructuras.
El periodismo, ese que soporta democracias y busca hacer escuchar a la sociedad civil, sigue vivo en pujantes investigaciones, campañas y reportajes. El periodismo no muere.
El surgimiento de portales web, blogs y diarios online con reportes investigativos y destapes en tiempo real aceleró la transformación digital de las grandes cabeceras. Wikileaks y Julian Assange fueron decisivos. Page One inside in NYT es un documental que retrata muy bien esta coyuntura.
En nuestro país, de manera tímida, los medios miran lo digital con curiosidad y mucho temor. El Comercio –que para entonces ya había comprado Epensa- arranca con fuerza en su versión web, que va mutando de ser un espejo de los contenidos del diario a una estrategia diferencial –bautizada despectivamente en las redes como El Tromercio- y cuyo objetivo principal era la de generar tráfico. La República y RPP fueron las siguientes cabeceras en adoptar una estrategia digital complementaria a su oferta principal.
Los últimos años han significado para la industria de los medios una constante pelea por retener lectores, introducir nuevas estrategias de suscripción tanto en papel como en digital, combatir las fake news y a las redes sociales. Está claro que la guerra la han ido perdiendo.
Sin embargo, hay un ángulo motivador. El periodismo, ese que soporta democracias y busca hacer escuchar a la sociedad civil, sigue vivo en pujantes investigaciones, campañas y reportajes. El periodismo no muere.
Sería un error echarle la culpa de la crisis actual de la industria a la Covid-19 y a todo lo que se ha generado alrededor. Primero porque el confinamiento ha elevado los niveles de lectoría, audiencia y ratings de los programas periodísticos. Incluso, las apariciones en las primeras semanas del presidente Vizcarra en tevé nacional alcanzaron los 14 puntos de rating, algo muy significativo para esa franja horaria.
El coronavirus simplemente apretó el botón, lo que sumado a la caída del avisaje publicitario –entre el 60% y el 80%, según cifras no oficiales del sector- más la poca venta de ejemplares, aceleró procesos pauteados para el 2023, como lo señaló Jaime Bedoya, jefe de contenidos de EC, en entrevista con La Nación de Argentina.
Lo que nos toca defender justamente como sociedad civil –ciudadanos y empresas- es el ejercicio libre, sin cortapisas, del periodismo.
Los despidos en las redacciones no son nuevos. Son constantes desde hace, mínimo, una década, cuando las arcas estaban llenas, inclusive. Hoy se han hecho notorios porque afecta a varios medios: La República, Latina, RPP, Andina de TV, CRP, Exitosa. Hay medios como Expreso y La Razón, por citar algunos, cuya subsistencia es un milagro, por decir lo menos.
Obviamente que la crisis última del Grupo El Comercio, que engloba al 70% de la industria periodística del país, ha generado mayor atención. Y no es para menos: 200 periodistas despedidos en los últimos días, dos diarios fuera de circulación, un universo planificado de 800 trabajadores hasta julio, y su inclusión en el grupo de empresas beneficiadas con los préstamos del programa Reactiva, ha generado mil y un diatribas principalmente en las redes sociales.
Lo que nos toca defender justamente como sociedad civil –ciudadanos y empresas- es el ejercicio libre, sin cortapisas, del periodismo. No solo porque como agencias de PR o como anunciantes trabajemos con los medios, sino porque es lo que corresponde.
No importan los nombres, importa el hecho de que sin periodismo no hay democracia, y que cuando un medio cae o se tambalea, se abre una rendija a formas oscuras de gobierno. Esa es la lucha que tenemos que dar.